Leo, en los pasillos de mi universidad, una pancarta de alguna sección sindical que llama a los agremiados al voto para «recuperar nuestros usos y costumbres». Me quedo pensando que si los han perdido ya no son usos y costumbres, en todo caso, son prácticas en desuso y desacostumbradas. Escribo esto no para expresar una posición a favor o en contra de los «usos y costumbres» en materia política. Un alto número de personas y organizaciones civiles los apoyan, mientras que hay numerosos ejemplos de cómo pueden violentar los derechos y garantías constitucionales de minorías, mujeres y disidentes. Esta breve entrada es sólo para señalar algo que para los historiadores es muy conocido: estas tradiciones, usos y costumbres, son inventos, casi siempre recientes, como mostró hace tiempo un grupo de historiadores encabezado por Eric Hobsbawm y Terence Ranger.1
Por supuesto, al señalar que se trata de tradiciones inventadas, los historiadores profesionales no pretenden descalificarlas (en buena medida porque todas las tradiciones implican un proceso de invención), antes bien, procuran explicarlas y, de esa manera, exponer sus razones. Un caso muy conocido para los historiadores, porque suele ser ejemplo en los salones de clase, es el de los títulos primordiales que varios pueblos han usado para defender los recursos naturales comunitarios (tierras, bosques, aguas) al menos desde el siglo XIX. Buena parte de dichos títulos primordiales, que aseguran haber sido redactados por alguno de los primeros virreyes de Nueva España, fueron escritos (inventados) hace menos de doscientos años. Esto no los descalifica como «documentos falsos» (ningún documento es falso). Tal vez no sean útiles al historiador del siglo XVI interesado en estudiar las relaciones entre las autoridades virreinales y los pueblos, pero sí al que estudia la cultura política y las estrategias de defensa comunitarias del periodo independiente de México.
En nuestro país tenemos muchas tradiciones inventadas, desde el Día de Muertos hasta la celebración del 15 de septiembre, pasando por las apariciones de la virgen de Guadalupe. Resultaría ridículo, en aras de un supuesto purismo, pretender que la ceremonia del Grito se pasara de las once de la noche del 15 a las 6 de la mañana del 16, aunque me gustó que en el 2010 se hicieran las dos cosas. Después de todo se puede agregar más tradiciones a las tradiciones.
Entre las tradiciones inventadas de nuestro país, destacan las de los usos y costumbres supuestamente prehispánicos de muchos pueblos. La mayoría de las formas de gobierno comunal, aunque recuperaban ciertas prácticas del altépetl, se organizaron en el periodo colonial. Contra lo que algunos historiadores la primera mitad del siglo XX sugerían, no eran democráticas. Casi siempre involucraban sólo a minorías y, cuando participaban todos los tributarios (varones mayores de edad, pater familias), los «electos» formaban casi siempre parte de las mismas familias. Por eso, en un antiguo trabajo, Eric Van Young mostró cómo a finales del periodo colonial las tierras adjudicadas a los cargos se estaban convirtiendo, en la práctica, en propiedad privada de los principales y gobernadores de las comunidades.2 Por otro lado, la discusión en las casas de la comunidad y la práctica de llegar a consensos acerca de quiénes debían ocupar los cargos de república, inhibían la pluralidad, la oposición y la disidencia. En ocasiones, estimulaban la persecución de los que se atrevieran a expresar opiniones contrarias a las de las mayorías.
El orden constitucional decimonónico pretendió, en términos generales, impulsar prácticas diferentes en los ayuntamientos, como el sufragio individual y la aceptación de que no todos votaran en el mismo sentido. Más adelante, la introducción del voto libre y secreto quebró los usos y costumbres, salvo en algunas regiones del país.
En las últimas décadas del siglo XX, decepcionados de las instituciones herderas del liberalismo decimonónico, numerosos pueblos han procurado establecer sistemas de organización comunitaria semejantes a los del periodo colonial, a las que llaman «usos y costumbres». Oaxaca fue un ejemplo de primer orden, pues bien a bien en ese estado nunca se perdió (aunque se transformó) la organización de las repúblicas de indios. Ahora bien, con excepciones como la oaxaqueña, en la mayoría de los casos los usos y costumbres de los pueblos forman parte de un proceso de invención, fundamentalmente porque desde hacía muchos años ni se usaban ni se acostumbraban. Así, podemos leer que algunas comunidades «ejercerán por primera vez, el sistema de usos y costumbres».3 Por supuesto, la oración citada tiene una aporía ¿Cómo lo que se acostumbra es usado por primera vez? ¿No que es costumbre? Recuerdo la anécdota de un colega que refería cómo, en un pueblo del estado de México, se procuraron restablecer los dichos usos y costumbres, para lo cual – entre otras cosas – buscaron enseñar náhuatl a los niños, pues ya nadie hablaba esa lengua. No importaba que, en realidad, dicha comunidad tuviera un origen hñahñü (otomí).
Como apunté párrafos atrás, señalar que estas tradiciones son inventadas no pretende quitar legitimidad a las comunidades que las han establecido ni dar argumentos a quienes se oponen a dichas prácticas (creo que puede haber otros argumentos), pero el historiador debe estar atento a estos fenómenos y preguntarse cuáles son las razones de que estas tradiciones sean inventadas a finales del siglo XX y comienzos del XXI. ¿Cómo explicar esos procesos? ¿Qué nos dicen sobre la cultura política de las comunidades?
1. Eric Hobsbawm y Terence Ranger, La invención de la tradición, Barcelona, Crítica, 2008.
2. Eric van Young, «Conflicto y solidaridad en la vida de los pueblos de indios: la región de Guadalajara a fines del periodo colonial», La crisis del orden colonial. Estructura agraria y rebeliones populares de la Nueva España 1750-1821, México, Aliana Editorial, 1992, p. 273-302.
3. Cherán, listo para elegir autoridades, El Universal, 22 de enero de 2012.