El pasado 15 de septiembre por la noche, alrededor de 13 millones de personas vieron por televisión la conmemoración presidencial del inicio de la guerra de independencia, de acuerdo con el presidente del Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano, Jenaro Villamil.
En medio de una pandemia, se pidió a la gente que no asistiera a las plazas, de modo que por vez primera la celebración se quedó exclusivamente en las pantallas. Por esta circunstancia, el papel de los medios televisivos y las redes sociales fue muy notorio, si bien su relevancia no es nueva. De hecho, la audiencia este año fue menor a la del 2019, cuando la expectación por el primer “grito” de Andrés Manuel López Obrador atrajo a cerca de 17 millones de televidentes. En los dos años, el número se incrementa si consideramos a quienes lo vieron por internet, quizá un poco más este año que el anterior.
En realidad, desde hace setenta años, los medios de comunicación han sido muy importantes en la ceremonia del “grito” del 15 de septiembre. Poco después de que Miguel Alemán autorizara la primera concesión televisiva al empresario Rómulo O’Farrill y a solo dos semanas de la primera transmisión, las pocas familias que tenían un televisor vieron a través de la señal de la XHTV a Beatriz Velasco y a Miguel Alemán aparecer en el balcón principal del palacio de gobierno. Era 1950.
Celeste González de Bustamante ha documentado el inicio de aquella “teletradición”. Durante varios años, los noticiarios daban enorme cobertura a las actividades presidenciales, en especial al “grito” y a los discursos pronunciados frente a la columna de la independencia. El desfile, entonces como ahora, no atraía a tantas personas como la ceremonia de la noche del 15.
Durante el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, los informativos resaltaban la presencia de diplomáticos estadounidenses en las conmemoraciones, para dejar en claro de qué lado se hallaba México en plena guerra fría. Dado que solo unas pocas personas podían comprar los aparatos de televisión, el contenido ponía poca atención al “pueblo”, que apenas era parte del escenario en la puesta en escena del presidente.
Avanzada la década de 1950, se puso también atención a las celebraciones en consulados y embajadas mexicanos en el extranjero. El protagonista indiscutible era el presidente. Incluso las televisoras de los estados daban primacía a lo que sucedía en el zócalo capitalino y, en segundo lugar, a las ceremonias de los gobernadores.
El incremento del número de familias con televisor trajo algunos cambios. Se transmitían películas mexicanas y programas de música vernácula, que precedían a la ceremonia oficial. El proceso se consolidó cuando Gustavo Díaz Ordaz promovió la fusión de Televisión Independiente de México, de Bernardo Garza Sada (el canal 8 de la ciudad de México XHTM), con Telesistema Mexicano, el consorcio que unía XHTV del mencionado O’Farrill, XEWTV de Emilio Azcárraga Milmo (la fusión ocurrió tras la muerte de su padre) y XHGC, de Guillermo González Camarena. La televisión mexicana contribuyó a forjar una imagen de México y lo mexicano, en relación con la fiesta patriótica por excelencia.
González de Bustamante señala que los intereses empresariales de los propietarios de la televisión no eran necesariamente los del gobierno. De hecho, en algunos momentos estaban muy alejados. No fue hasta 1982 cuando Azcárraga declaró ser “soldado del presidente”; pero los intereses empresariales y los del Estado coincidían en construir y difundir un discurso que convenciera a todas las personas de ser “orgullosamente mexicanas”.
Todavía en el siglo XXI, las “fiestas mexicanas” que anteceden a la ceremonia del “grito” atraen a millones de televidentes.
En 1960, Elie Kedourie llamó la atención sobre una de las contradicciones del patriotismo: en principio, se supone que los sentimientos de identificación y afecto a la nación son naturales; pero los estados llevan a cabo enormes esfuerzos para inculcar dichos sentimientos.
México no es la excepción. Desde el siglo XIX, las autoridades políticas recurrieron a todos los medios para hacer entender a los diversos grupos humanos que habitaban el país que eran mexicanos. Los “naturales” de Michoacán, de Oaxaca o de Yucatán ya no serían tales, como lo fueron durante el dominio español, ahora serían mexicanos, exactamente iguales a los herederos de los inmigrantes vascos o a quienes eran descendientes de las personas esclavizadas en África.
La exitosa expansión de la educación pública consiguió el objetivo. Si las mujeres y los hombres de este país terminaban creyendo que solo hay una sola religión a fuerza de escucharlo cada domingo desde la infancia, la escuela se apropió de los lunes para hacernos creer que México es una nación que da origen a un Estado soberano, aunque sea el Estado el que promueve la creencia en esa nación.
El Estado, pero también la burguesía a través de medios masivos como el cine, la radio y la televisión, han conseguido el objetivo de convencer a mucha gente de ser mexicana y de tener una identidad con las personas que nacieron entre el paralelo 14 y el 32 de este continente.
REFERENCIAS:
Celeste González de Bustamante, “Muy buenas noches”. México, la televisión y la guerra fría (México: FCE, 2015).
Elie Kedourie, Nationalism (Londres: Hutchintson and Co., 1960).