Reliquias

En uno de los fantásticos viajes de fray Cebolla, el patriarca de Jerusalén le mostró «el dedo del Espíritu Santo tan entero y sano como nunca lo estuvo». Giovanni Boccaccio se burlaba así de una tradición arraigada en el mundo cristiano: la veneración de reliquias, de restos de personas santas. Como si un trozo del sudario de Santa Verónica o el brazo de Santa Teresa transmitieran algo de virtud a quien los guardara. Durante siglos, el comercio de reliquias fue muy activo. Los mercaderes ofrecían en ciudades y pueblos cristianos las astillas de la cruz de Cristo o la osamenta de algún mártir; los emperadores y reyes obtenían bendiciones para su alma y sus intereses mundanos al regalar reliquias, como los restos de los Reyes Magos. El tráfico de reliquias fue tan escandaloso, que en algún momento se pensó en limitarlo. El Concilio de Trento ordenó que los restos de un santo no debían adorarse ni se debía aceptar su autenticidad de una forma tan ingenua como sucedía hasta entonces. No obstante, la reforma protestante impulsó de nuevo el fervor por las reliquias. Los reyes que se mantuvieron leales al catolicismo se empeñaron en reunir la mayor cantidad posible, para la salvación de su alma, para satisfacer su ego y mostrar la superioridad de su monarquía. Felipe II llegó a reunir una cantidad ingente en el Escorial.

Cuando los nacionalismos sustituyeron a la religión como fundamento del orden político, la práctica de conservar reliquias persistió. En 1823, el Congreso mexicano ordenó que los restos de los héroes de la independencia fueran reunidos en la Catedral Metropolitana. En algunos casos fue fácil recolectar las reliquias: las calaveras de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez habían colgado durante años en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato. En otros, hubo complicaciones. El ayuntamiento de la Ciudad de México señaló que no podía determinar cuáles eran los huesos de Leonardo Bravo, que yacían en una fosa común en la parroquia de la Santa Veracruz. Lucas Alamán, el encargado de coordinar el esfuerzo de reunir las reliquias de los héroes, ordenó que sacaran de la fosa cualquier resto y dijeran que eran los de Bravo. Los regidores y alcaldes se negaron.

Por supuesto, Alamán estaba siendo pragmático. No importaba tanto la autenticidad como que se creyera en la autenticidad de las reliquias. No deja de ser paradójico que ese mismo año, Alamán ordenara salvar los restos de Hernán Cortés, cuando las manifestaciones contra los españoles amenazaron con derribar la estatua ecuestre de Carlos IV.

En el siglo XX, unos meses antes de la visita del presidente Harry Truman a México, un grupo de especialistas descubrió los restos de los llamados Niños Héroes, cuando se cumplía el centenario de su muerte. No se discutió mucho su autenticidad, se dieron por buenos. También bajo el gobierno de Miguel Alemán, el descubrimiento de los restos de Cuauhtémoc en 1949 sirvió para apuntalar el nacionalismo mexicano. La búsqueda de reliquias no se ha limitado a territorio nacional. Carlos Salinas ordenó que se buscaran los restos de José María Morelos en París, donde está enterrado el hijo del héroe de la independencia.

En el siglo XXI, Felipe Calderón ordenó el traslado de las reliquias del Ángel de la Independencia al Castillo de Chapultepec, para devoción pública. Los análisis del INAH mostraron que esas urnas contenían restos de decenas de personas, incluso niños, y hasta de venado, con lo que sin querer terminamos venerando al Ciervo de la Nación.

Al igual que Miguel Alemán, Carlos Salinas y Felipe Calderón, el presidente López Obrador anda en búsqueda de reliquias.

Catarino Garza era un periodista en Texas muy crítico del gobierno de Porfirio Díaz. En 1891, tras el asesinato de otro destacado político opositor, cruzó la frontera con unas pocas decenas de hombres armados, solo para regresar a Estados Unidos días después. La historia de esa revuelta ha interesado a unos cuantos historiadores que buscan explicar la vida política del noreste mexicano en el porfiriato. También ha interesado al presidente, que ha decidido recuperar los restos de Garza, quien murió en 1895 en otro intento revolucionario, en territorio que todavía era colombiano y hoy es panameño.

Un grupo de militares mexicanos ha sido enviado allí en busca de los restos de un periodista que fue duramente atacado por el gobierno mexicano hace ciento treinta años, un revolucionario que fracasó en sus dos aventuras bélicas. Tal vez me equivoque, pero estoy seguro de que cumplirán su objetivo. Volverán con las reliquias, quizá tan auténticas como el dedo del Espíritu Santo que tanto impresionaba al público de fray Cebolla.

Referencias

Para saber más, léanse el artículo de María del Carmen Vázquez Mantecón, “Las reliquias y sus héroes”. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México 30 (2005). https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2005.030.3129. Robert Bartlett. “Relics and Shrines.” In Why Can the Dead Do Such Great Things?: Saints and Worshippers from the Martyrs to the Reformation, 239–332. Princeton University Press, 2013. http://www.jstor.org/stable/j.ctt46n3wb.12. Holger A. Klein. “Eastern Objects and Western Desires: Relics and Reliquaries between Byzantium and the West.” Dumbarton Oaks Papers 58 (2004): 283–314. https://doi.org/10.2307/3591389. Enrique Plasencia de la Parra. 1995. “Conmemoración de la hazaña épica de los niños héroes: su origen, desarrollo y simbolismos”. Historia Mexicana45 (2):241-79. https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/2311. Carmen Urbita y Ana Garriga. “No toquéis las reliquias”. Las hijas de Felipe, podcast, temporada 2, episodio 10 (2021). https://www.podiumpodcast.com/podcasts/las-hijas-de-felipe-podium-os/episodio/3208696/. Gilberto Urbina. La revuelta de Catarino E. Garza: una revolución que nunca fue. Universidad Autónoma de Tamaulipas, 2003. https://search.ebscohost.com/login.aspx?direct=true&db=cat02025a&AN=lib.MX001001016933&lang=es&site=eds-live.

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