Historia y enfermedad

La salud y la enfermedad no eran la prioridad en los relatos de historia tradicionales. En los libros de texto y en los programa de historia de educación básica no aparecen como temas que merezcan ser conocidos. Por fortuna, desde hace algunas décadas cada vez más colegas han dedicado investigaciones de muy buena calidad a la historia de las epidemias, de la medicina, de la salud mental, entre otras.

Sin embargo, quienes nos dedicamos a otras facetas de la historia rara vez tenemos en cuenta esos aspectos. Sucede un poco como lo que pasó con los estudios de género, que durante mucho tiempo se pensó que eran exclusivos de la historia de las mujeres o de la diversidad sexual, sin tener en cuenta que se puede introducir la perspectiva de género para estudiar movimientos sociales y políticos. Ahora mismo recuerdo la magnífica biografía de Eric Van Young sobre Lucas Alamán, que lo presenta no solo como un intelectual, político y empresario, sino como un individuo que intentó siempre ser un «buen hombre», es decir, un buen provedor de su familia. Peter Guardino explica el entusiasmo de muchos jóvenes para ir a la guerra, en parte por las creencias que tenían acerca de sus deberes como varones.

Quizá deberíamos incluir también la variante de salud/enfermedad en estudios de historia política, social o económica. Recientemente, Paulo Drinot ha puesto atención a la discapacidad de José Carlos Mariátegui y cómo fue usada políticamente.

Quienes hemos estudiado la historia política de la primera mitad del siglo XIX, sabemos que Antonio López de Santa Anna constantemente pedía permiso para dejar la presidencia y retirarse a su hacienda veracruzana para mejorar su salud. Lo más fácil, ha sido suponer que se trataba de una burda estrategia para no enfrentarse a los problemas del gobierno. Algo semejante llegué a pensar de las constantes excusas que presentaban los hombres electos para ocupar cargos en los ayuntamientos o como diputados.

En estos días, en el archivo de la Catedral de México, he visto constantes referencias a las enfermedades de canónigos y sacerdotes, que los hacían descuidar sus labores pastorales. Me parece que no eran meras excusas. En el Diario de Carlos María de Bustamante, hay decenas de referencias a las enfermedades que sufrió él, su familia y numerosos políticos de la época. Manuel de Mier y Terán, quien fue promovido por un grupo de federalistas para llegar a la presidencia en 1832, sufría constantes fiebres que lo dejaban en cama durante varios días. Al final, se suicidó. Mier y Terán era en comandante del noreste, encargado de mantener la paz en Tamaulipas y Coahuila, y de evitar que ingresaran al país las bandas armadas de estadounidenses que buscaban apoderarse de Texas. ¿Un hombre tan enfermo como él podía cumplir con esos encargos?

Las enfermedades afectaban el desempeño de políticos, militares, empresarios, funcionarios, por no hablar de las personas que trabajaban en el campo o en diversos oficios y que, debido a algunos días de incapacidad, podían perder el sustento de sus familias. En los archivos de la administración de justicia hay constantes declaraciones de mujeres y hombres que se referían a las enfermedades de sus parientes, madres, hijas, esposos, y a la necesidad de cuidar de las personas que padecían alguna dolencia. La enfermedad impacta en las condiciones económicas de las familias en la actualidad y, me parece, lo hacía mucho más en los siglos anteriores.

Tal vez sea tiempo de dejar de creer que cuando alguien se excusaba por enfermedad lo hacía únicamente porque no quería desempeñar un cargo. Eso nos permitiría tener una mejor comprensión acerca del desempeño político y económicos de las sociedades pasadas.

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