Para Iván Escamilla
Nunca olvido que tengo un blog, pero nunca me doy tiempo de escribir aquí. Recientemente, pensaba poner aquí un breve artículo que publiqué en Nexos sobre la memoria de Agustín de Iturbide, pero lo he dejado pasar. Prometo hacerlo en breve. Por ahora, me he dado cuenta de que una práctica que tengo – escribir a mis amigos – bien podría servir para esta descuidada página web que me inventé hace ya tanto tiempo. De hecho, lo que sigue formaba parte de un correo electrónico que estaba escribiendo a Iván Escamilla, con motivo de su próximo viaje a la Biblioteca Pública de Nueva York, lugar de trabajo, según leí hoy en El país, de Mario Vargas Llosa. Por supuesto, he hecho algunos cambios a lo que le escribía, pues tal vez tenga uno o dos lectores más, pero sigue siendo para él.
¡He disfrutado tanto que le dieran el Nobel a Mario Vargas Llosa! Principalmente, por supuesto, por razones literarias. Es un gran escritor. Como dije en otro lugar, algunos de los mejores momentos de mi vida los he pasado leyendo sus páginas. Pero debo reconocer que también me ha dado gusto que un comité como el del Nobel, con una tendencia a la izquierda política (aunque en México esto sea difícil ver, como diré más abajo) reconozca a un pensador liberal. La designación al día siguiente de Liu Xiaobo por el comité noruego confirma un compromiso con la libertad, que debe celebrarse. Así que, lleno de gusto, he visto algunos de los comentarios que dejan los lectores en las páginas web de los periódicos que leo, que felicitan al escritor aunque disientan de sus ideas políticas. Yo no sé si alguien dijo de García Márquez algo así como «Qué bueno que le dieron el Nobel, es un gran novelista, lástima que sea de izquierda». Creo que no, y por ello deberían de parecerme extraños los comentarios que presentan a Vargas Llosa como un magnífico literato «aunque sea de derecha».
Por cierto, no creo que sea «de derecha», es un liberal, como ha admitido muchas veces. Vivimos en un mundo dominado por la retórica de las izquierdas, que acusan de «derechistas» a cualquier persona alejada de su posición política, sin importar si se trata de un liberal o de un conservador defensor de privilegios, a menos que sea un fanático religioso del Medio Oriente que se enfrenta a los fanáticos religiosos del imperio. En México y en América Latina (he leído recientemente un artículo sobre el tema en Brasil, con motivo de las elecciones presidenciales) es anatema ser «de derecha». Recuerdo la declaración de Felipe Calderón, cuando asumió la presidencia hace ya cuatro años, de que «rebasaría a Andrés Manuel López Obrador por la izquierda». ¿Los panistas no pueden asumirse como políticos de derecha o al menos como lo que son, conservadores? Este no es un problema nuevo. En México en 1822, los defensores de la monarquía constitucional – que eran muchos – respondieron a las publicaciones – muy pocas – que proponían un gobierno republicano, con el argumento de que el país «aún no estaba preparado para la república». ¿No podían decir, simplemente, que desde su punto de vista las repúblicas eran desatrosas y que convenía más una monarquía moderada? Hegel estaba de acuerdo con ese aserto. Un par de años después, frente al clamor a favor del federalismo, mi admirado Servando Teresa de Mier repitió el mismo error: se oponía al establecimiento de un sistema federal «al menos por unos años», pues el país no estaba preparado para ello. ¿No podía decir, como hizo Bolívar en su oportunidad, que el federalismo no era para los hispanoamericanos? Luego vino Porfirio Díaz, el demócrata que tardó treinta años en reconocer que México estaba libre para la democracia. Podría seguir sumando ejemplos.
Antes de que algún sandio piense (como me ha pasado ya en varias ocasiones) que si digo estas cosas es porque simpatizo con posiciones como las de los personajes que he mencionado, diré con claridad que si algún credo político tengo es el republicano, que soy partidario de las virtudes de una federación y que detesto el conservadurismo panista, en particular por su cercanía con posicionamientos religiosos. Una vez aclarado lo anterior, reitero mi punto: la retórica de las izquierdas se ha vuelto dominante y quienes creen, por decir algo, que la industria eléctrica en México debería formar parte del sector privado nunca lo reconocerán, aunque sea una posición legítima.
Ahora bien, como dije, se trata de una retórica muy simple, que no encuentra diferencias con lo que hay más allá de las izquierdas. Hace algún tiempo, un estudiante mexicano expuso en clase que los promotores del neoliberalismo eran egresados de Harvard y eso explicaba su apego a las doctrinas económicas clásicas ¡Cómo si en efecto todo el personal político del país fuera egresado de esa institución y cómo si ésta se caracterizara por una defensa a ultranza del liberalismo económico! Sin embargo, en la mente de mi estudiante la ecuación era sencilla: Harvard=Estados Unidos=Imperialismo=Capitalismo=Liberalismo económico. Por lo mismo, algunas personas creen que los comités del Nobel dieron a Vargas Llosa y a Liu Xiaobo los reconocimientos anunciados hace unos días porque son «de derechas». Soy profesor y tuve que explicar a mi alumno que Harvard no es Chicago (en donde, ciertamente, hay una tendencia más clara a favorecer el liberalismo económico), que el imperialismo no necesariamente es capitalista y que el capitalismo no siempre ha sido ni es liberal. Al parecer entendió, pero Iván Escamilla y yo ya estamos acostumbrados a que, después de algunos años, los jóvenes a los que dimos clase terminan con un proyecto de tesis sobre las utopías bolivarianas en Nuestra América, dirigidos por profesores (escuché a uno de ellos hace unos días haciendo esta declaración) que aseguran no necesitar investigación ni prubeas empíricas para «probar» lo que La Teoría Social ha probado ya (sin pruebas empíricas). Sueño con el día en que la lectura de Marta Harnecker y Eduardo Galeano la hagan sólo los colegas interesados en la historia intelectual latinoamericana.
Mientras tanto, sigo contento porque el Nobel lo recibió un escritor y pensador político al que tanto admiro. De manera inevitable pienso en aquel otro latinoamericano, que nunca recibió ese reconocimiento, por sus ideas políticas: Borges. Debieron habérselo dado, «aunque fuera de derechas». No sé muy bien porque hemos llegado a considerar que un premio que un grupo de escandinavos otorga cada año a un escritor es El Premio por antonomasia. Confieso que nunca he leído (ni me interesa leer) a muchos de los premiados, empezando por Sully Prudhomme (espero que algún lector me diga si lo ha leído o lo conoce siquiera), y que no me parece que Wiston Churchill fuera un gran (ni un pequeño) literato. Al menos, todo este asunto me ha permitido volver a escribir aquí.