Claroscuros de Iturbide

Esta es la versión más amplia de un artículo que publiqué en Nexos, en septiembre de 2010. El límite de palabras impuesto me obligó entonces a quitar algunos párrafos. Es, pues, la versión completa.

Agustín de Iturbide fue un personaje difícil para la historia oficial del siglo XX. Expulsado de la galería de liberales —pues rechazó el republicanismo que, según Jesús Reyes Heroles, es consustancial al liberalismo mexicano— no resultaba sencillo ponerlo al lado de contrarrevolucionarios tan ruines como Victoriano Huerta o de los acusados de traición a la patria como Antonio López de Santa Anna, toda vez que jugó un papel destacado en el proceso que condujo al nacimiento de México. Por ello, se minimizó su relevancia; su gobierno fue calificado más como “efímero” que como “tiránico”, un episodio que no debió haber sucedido y que el propio Congreso borró de un plumazo el 8 de abril de 1823, en la primera de una serie de insólitas intervenciones de los poderes del Estado para suprimir una parte del pasado nacional, que culminó con el decreto de Luis Echeverría que dio a Vicente Guerrero la responsabilidad de haber consumado la Independencia.

Iturbide también ha tenido simpatizantes, sobre todo entre los que en el siglo XIX fueron llamados conservadores, aunque el más importante, Lucas Alamán, no fuera incondicional de su memoria. Una versión de la historia de México lo ha considerado auténtico padre de la patria, autor de la bandera y de la Independencia. Opuesta al relato liberal, en ocasiones, esta interpretación se ha puesto ropajes científicos como “desmitificadora” de la historia de bronce, aunque en realidad su objetivo haya sido, en muchos casos, construir nuevas efigies, hacer otros héroes. Quienes consideran que el gobierno panista de Felipe Calderón es heredero de la tradición conservadora, se extrañarán de que no se hubiera aprovechado la oportunidad del bicentenario de la Independencia para integrar a Iturbide en el panteón patrio, aunque tal vez no sea desdeñable que, después de 187 años, su efigie aparezca de nuevo en monedas de curso legal, las conmemorativas de cinco pesos.

La polémica también se ha presentado en el medio académico. En un estudio que no pretendía enaltecer la figura de Iturbide, William Spence Robinson expresó una hipótesis que le otorgaba el protagonismo de 1821. En contra, Nettie Lee Benson consideraba que un militar no podía ser autor de un proyecto que requería inteligencia política, opinión que sostiene Jaime E. Rodríguez. Más recientemente, aunque con diferencias de interpretación, Timothy Anna y Jaime del Arenal se han propuesto vindicar al primer jefe del Estado mexicano como promotor de la Independencia y de un orden constitucional.

Iturbide fue acusado de ambicioso por haber casado con la hija del hombre más rico de Michoacán; su lealtad a Félix Calleja fue interpretada como servilismo, y sus tácticas contrainsurgentes sirvieron para acusarlo de abusivo. Algunos episodios de su trayectoria como militar son vergonzosos, como las duras medidas que tomó contra la población civil. El caso mejor conocido es el de las mujeres de Pénjamo, llevadas con cepo a Guanajuato para ser juzgadas por delitos que no cometieron y que permanecieron presas dos años sin que se les hubiera formado una causa, por orden del comandante Agustín de Iturbide.

Es verdad que su carrera como oficial de los ejércitos virreinales no fue tan diferente de la de otros criollos que transitaron con relativo éxito al orden independiente, como Anastasio Bustamante o Manuel Gómez Pedraza. Por supuesto, los enemigos del gobierno imperial, como Vicente Rocafuerte y Carlos María de Bustamante, se encargaron de mostrar los aspectos más crueles de su desempeño en contra de los insurgentes, crueldad de la que no estaban exentos ni otros realistas ni insurgentes que participaron en la guerra fratricida que estalló en 1810.

Entre las muchas acusaciones en su contra, se cuentan las de corrupción. De nuevo, no era el único, pero el hecho de que fuera destituido del mando por sus superiores puede indicar que su caso era extremo.

No hay duda de que Iturbide fue el principal actor del proceso de independencia de 1821, pese a que se debate la autoría del Plan de Iguala. Para Lucas Alamán fue resultado de una conjura reaccionaria, aunque Ernesto Lemoine, con una base documental sólida, refutó esa tesis y propuso, ya de modo menos sólido, que había sido Guerrero quien lo elaboró. Benson y Rodríguez suponen que los autores de la propuesta emancipadora fueron liberales “autonomistas” de la ciudad de México. Con documentos desconocidos hasta hace poco, Jaime del Arenal asegura que fue Iturbide quien ideó y llevó a cabo las negociaciones necesarias para alcanzar la independencia. Debe de haber algo de cierto en todas estas versiones, pues el plan fue apoyado por destacados eclesiásticos, amenazados por las medidas radicales del trienio liberal; por antiguos insurgentes, quienes buscaban la independencia y estaban descontentos con la discriminación a los afrodescendientes; y por los liberales, que exigían igualdad en la representación política y el establecimiento de las diputaciones provinciales como señalaba la Constitución. La principal virtud de Iturbide en ese momento fue percatarse de la diversidad de grupos de interés en Nueva España, desde los “católicos pusilánimes” hasta los “liberales frenéticos”, y la capacidad para ofrecer un objetivo común, la independencia.

El gobierno de Iturbide tampoco fue distinto de los que lo sucedieron, salvo por haber sido una monarquía. Los conflictos con el Poder Legislativo y la incapacidad para sanear la hacienda pública fueron una constante a lo largo de décadas. Cuando propuso crear tribunales militares ante la falta de un Poder Judicial y el incremento de la delincuencia, fue acusado de “despótico” por sus opositores, quienes instituyeron tribunales semejantes después de la caída del imperio.

Al lado del emperador, se contaban algunos individuos que antes habían colaborado con los insurgentes. Vicente Guerrero mostró lealtad a Iturbide hasta que este, acosado por la rebelión republicana, empezó a perseguirlo. Nicolás Bravo estuvo en el Consejo de Estado. José Manuel de Herrera, uno de los hombres que estuvo al lado de Morelos, fue secretario de Relaciones Exteriores e Interiores del imperio y responsable, junto con el subsecretario Andrés Quintana Roo, de la prisión de decenas de personas acusadas de conspiración, incluidos varios diputados.

La crítica que se le hace por haber establecido una monarquía constitucional es anacrónica. En 1821 esta forma de gobierno era la más aceptable para los pensadores políticos, desde Constant hasta Hegel, pues reunía las virtudes atribuidas a las repúblicas (el respeto a los derechos ciudadanos) con las de las monarquías (un gobierno eficiente) sin los vicios de las dos: la anarquía republicana y el despotismo monárquico. La ejecución de Iturbide en 1824 no fue una venganza de la república contra el gobierno imperial, sino consecuencia de su activa participación en diversas conjuras descubiertas por las autoridades para traerlo de regreso a “ocupar el lugar que la patria quiera darle”.

Personaje con claroscuros, Agustín de Iturbide no es ningún villano. En la coyuntura de 1821 hizo un excelente análisis de la diversidad de grupos de interés en el país y tuvo capacidad para ofrecer un objetivo común. Durante su gobierno perdió de vista dicha diversidad, en especial la regional, y fue incapaz de mantener la unidad.

Tampoco es un héroe, pues los héroes son construcciones sociales, pero un balance de sus actividades no lo muestra con menos virtudes ni más crímenes que los considerados héroes, crímenes que tampoco conviene olvidar. Lo que sí es posible afirmar es que sin el importante papel de Iturbide no se entiende el proceso de independencia.

1 thought on “Claroscuros de Iturbide

  1. Excelente análisis.
    Saludos, doctor.

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